EXTRA DE DOMINGO
El poder de la imaginación
El otro día SoldaditoMarinero escribió un comentario que me hizo pensar. Mi cabeza es una cerilla. No por la alopecia, aunque todo se andará, sino porque basta un simple roce para encenderla.

Somos replicantes. No, no es ninguna raza tipo Star Wars ni nada por el estilo. Somos expertos en copiar y pegar. Aprendemos por visualización del prójimo. Si ha hecho algo que le hace feliz o le lleva al éxito, lo intentamos repetir. Si ha hecho algo que le hace infeliz o le causa dolor lo evitamos. Si no funcionáramos así, ¿de qué se iban a gastar las empresas tanto dinero en publicidad? Piénsalo. Nos señalan un camino, nos ponen una zanahoria delante, y caminamos. Y eso estaría bien en un mundo estático. Pero el mundo cambia.
Lo triste es que el sistema educativo potencia esa conducta. No voy a meterme en intereses políticos sobre este tipo de formación o empezará a salir fuego de mis teclas. Sólo digo que premia el cerebro replicante, el que va acompañado de un culo capaz de estar horas sentado leyendo unos papeles para que, a modo fotocopiadora, se pueda copiar su contenido en un examen. Contenido que olvidaremos muy pronto. Es tal el arraigo de este modelo de crecimiento que todos nos hemos enfrentado al típico sermón paternal de «lo que está bien y lo que está mal». Leo e integro. Oigo e integro. No modifico ni una coma.
Tampoco voy a entrar en el debate de si uno debe seguir el camino seguro que lleva a un oficio que nos asegura un sueldo en forma de esquela mensual o luchar por sus sueños, que entonces tendría que tirar de extintor. Voy al grano, que me alargo: tenemos un modelo social que castiga la imaginación. Y eso es muy triste.
Nos condena como sociedad. Decían por ahí que «un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla». Pero voy más lejos. Un pueblo que conoce su historia pero es incapaz de cambiarla, también está condenado a repetirla. De ahí que las crisis económicas sean periódicas. De ahí que obligáramos anualmente a los hombres a hacer el servicio militar, en lugar de obligarles durante un año a efectuar una tesis sobre cómo conseguir la paz mundial. Alguna idea buena habría salido de ahí, seguro.
Pero además, nos condena como individuos. Hace ya mucho tiempo que sé que la solución a todo no es tener una mejor casa, un mejor coche, ni una cuenta corriente boyante. Porque hasta en esa situación, la gente tiene problemas, de otros tipos. Los problemas siempre están ahí, y son la causa de la infelicidad.
Falso. Totalmente falso.
Los problemas no causan la infelicidad, la causa la incapacidad de solucionarlos, de encontrar una solución. Porque, solucionarlos, paradójicamente, genera euforia y felicidad. Pero uno tiende a pensar que el árbol sólo tiene las ramas que ve. Uno tiende a desesperarse cuando cree que ha abordado todas las soluciones posibles. No, sólo ha abordado las que conoce. Siempre, y digo siempre, hay más de las que sabemos. Pero un cerebro replicante, cuando agota las del entorno, es incapaz de crear más.
¿Cómo vencí yo mi miedo a la muerte? Imagino numerosas alternativas. La de la vida eterna católica es tan válida como los cientos de alternativas que crea mi mente, y unas me convencen más que otras. Pero más importante que el miedo a la muerte, es el miedo a la vida, el temor a encontrarnos problemas irresolubles. Ahí reside el poder de la imaginación. Abre las puertas y las ventanas, deja que el aire fresco entre allí donde un cerebro comienza a estar viciado. Es una fuente de felicidad.
Y todo este tocho dominical para llegar a una conclusión que tiene más sentido en un blog literario:
La literatura entrena nuestra imaginación. Nuestro potencial creativo. Los caminos secundarios que también llevan a la felicidad. Si el objetivo en nuestra vida es ser felices, yo no me dejaría ninguna rota por explorar.
Creo que como lectores, todos conocemos ese secreto. Gracias por dejarme compartirlo con vosotros.
Os deseo un feliz (e imaginativo) domingo.