Hoy vengo con un tema (o en su contra, mejor dicho) de esos que hacen que los escritores tengamos que alzar la copa y brindar por él si no queremos pasar a formar parte de la escoria del gremio: parece que para que una novela sea buena hay que dedicarle varios años a su redacción, mientras que si se escribe en unas semanas no es más que papel de hoguera. Pues hay novelas a las que su autor ha dedicado toda una vida y que para mí son Orfidal en vena y hay historias fugaces que me han llenado de sensaciones eternas.
Esta reflexión quería compartirla tras el reciente NanoWriMo (National Novel Writing Month). Este reto que se repite todos los noviembres invita a los escritores a escribir una novela en tan solo mes. No hay premio más allá del autoreconocimiento por el duro y frenético trabajo que conlleva cumplir con las cincuenta mil palabras en un mes. Pero es un canto a la creación liberada del yugo de la búsqueda de la perfección. Como bien reconocen los organizadores, acaba creándose mucha basura. Pero una pequeña parte de esa basura es deliciosa. Sirva como ejemplo el bestseller Agua para elefantes de Sara Gruen, del cual hay recreación cinemática.
Esto no hace que esté tirando por el suelo el elaborado trabajo de una novela bien documentada y meticulosamente cuidada, que aquí un servidor tuvo a Santiago Posteguillo un tiempo en su Top3. Valoro la búsqueda de la excelencia y sé que, llegar a las últimas líneas de una novela de esas que hacen que se doble tu espalda si las llevas en la mochila, crea una sensación de orgullo inigualable y un regusto incapaz de ser conseguido si no es con artes lentas y profundas.
También sé que es más probable crear una obra maestra cuanto mayor es la dedicación en su escritura, pero no por ello pienso que se deba eliminar de un plumazo las novelas que se crean del tirón. Tienen su función y su lugar. Muchos las utilizan como descanso entre historias más densas. A mí, de hecho, me anima más empezar con una novela ágil y dinámica que con otras de pronósticos más duros, y me cuesta menos acabarlas. Me rindo a la pecaminosa ligereza de la diversión pura y rápida.
En definitiva, lo que vengo a reivindicar es la adecuación de las cosas. La eliminación de los términos absolutos. Si lo extrapoláramos a todos los aspectos de la vida, nos iría mejor como sociedad. Ni creo que el asiduo lector de novelas de menos del centenar de páginas sea mal lector ni que un analista del Quijote sea una mejor referencia literaria. Lejos de buscar aspectos técnicos, siempre pregunto a las personas qué han sentido al abordar un libro. Ese es mi criterio referencial. Bajo ese prisma, el mundo literario se homogeiniza. Pienso, además, que no deberíamos aferrarnos a un criterio purista si no queremos ver como la tendencia a la lectura continúa decayendo por los siglos de los siglos, sobre todo en los lectores más noveles.
Nada más por hoy.
¡Nos vemos las caras por icaro_jon!
28 diciembre, 2017 at 5:49 pm
Totalmente de acuerdo contigo, cada novela tiene sus tiempos, y los tiempos no miden necesariamente su mejor o peor calidad, ¿o acaso la genialidad no es absolutamente espontánea? Buen post, 😉
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28 diciembre, 2017 at 6:37 pm
¡Sí! Estoy de acuerdo. Como bien dices, las ideas originales surgen en un segundo, son un chispazo y yo creo que habría que premiar esas genialidades, sobre todo en un mercado como el literario que tiende a una sobresaturación en la que es difícil encontrar cosas nuevas. Un saludo, ¡muchísimas gracias por pasar por aquí y compartir tu opinión!
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28 diciembre, 2017 at 9:25 pm
Un placer Jon, siempre es un gusto encontrar sitios como el tuyo, 😉 Te seguiré leyendo! Feliz Año!
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29 diciembre, 2017 at 12:45 pm
Al final, es todo cuestión de gustos (y momentos, que no siempre nos gusta lo mismo). Personalmente, para cosas densas leo ensayos (principalmente, de historia), pero para ficción, suelo preferir narrativa ágil desde hace unos cuantos años. Lo dicho: gustos, gustos…
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29 diciembre, 2017 at 4:58 pm
creo que isaac asimov, el cual llegó a decir que ni revisaba lo escrito, o stephen king, que hubo un momento que tuvo que echar mano de pseudónimos para no saturar el mercado, son ejemplos de como una imagnación inquieta puede llevar a escribir libros como golosinas. Podrán gustar más o menos, pero es evidente que el exito lo tienen sobradamente.
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2 enero, 2018 at 4:23 pm
Pues me sorprende lo de Asimov, con el contenido filosófico que tienen todas sus obras tendería uno a pensar que están más cuidadas. Me alegra saberlo. Yo ahora estoy leyendo “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” y tiene varios fallos de escritura que no hacen que deje de ser un clásico de la ciencia ficción. Al final yo pienso que es cierto que hay que tener cuidado, pero los elitismos siempre tienden a esclavizarnos. Muchas gracias por tu comentario, me habría venido muy bien utilizar a Asimov o a King como ejemplos en el artículo con las anécdotas que cuentas. Gracias por hacérmelo saber. ¡Un saludo!
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