La sed de clásicos del cine de ciencia ficción ha invadido mi biblioteca particular, así que sigo redimiéndome también a golpe de literatura. Y, de esa montaña de libros de los que uno se avergonzaría de decir que no ha leído, en esta ocasión me decidí a abordar el de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Curioso el título de Philip K. Dick (normal que lo cambiaran por Blade runner tras su adaptación a la gran pantalla) para esta novela breve que, escrita en 1968, sigue siendo un referente en la ciencia ficción (y en la filosofía) actual. A estas alturas creo que no es necesario explicar el argumento de tan conocida obra, que gira en torno a Rick Deckard, un cazador de bonificaciones que ha de retirar (eufemismo de aniquilar) a una serie de peligrosos androides defectuosos.
La prosa no se anda con rodeos bajo ningún concepto, y para mí esa es una seña de identidad del texto. Sin ninguna intención de extenderse ni de explicaciones pesadas, Dick consigue una atmósfera y una inmersión exquisita. Como si cada palabra valiera oro y mediante el uso de limitados aspectos futuristas como coches voladores, cajas de empatía o tubos láser, se obtiene una ambientación exquisita a la par que se consigue una lectura amena y agradecida. Optimización literaria, que se diría, y que yo valoro mucho.
Este estilo tan escueto causa, por otro lado, una sensación de frialdad en la lectura ya que el dramatismo brilla por su ausencia. Ni los giros de guion ni las escenas más sentimentales muestran sentimentalismo alguno. En cuanto al aspecto sensacionalista, la narración es muy superficial. Tampoco se enmaraña en los aspectos más profundos como la duda del propio Deckard sobre si él mismo es un androide o el tormento de acabar con la existencia de seres con cualidades humanas. Las cosas suceden, y punto. Contrasta por ello con las profundas reflexiones a las que invita la aventura. Allá el lector con lo que quiera extraer de esta aventura.
¿Se podrá crear en un futuro androides de tan alta calidad que sea casi imposible diferenciarlos de un humano? ¿Cuál es el límite entre la vida biológica y la artificial? ¿Si se consigue replicar las conductas, los anhelos y las sensaciones humanas en un robot podría alcanzar el autómata la condición humana? ¿Destruir a una máquina que sueña y sufre y que desea seguir viva debería conllevar implicaciones éticas y legales? El planteamiento de esas cuestiones son las que han llevado a la obra a convertirse en leyenda, pero realmente el texto no las aborda en sí. La deja en el aire con tal suavidad que a veces pienso que toda la montaña filosófica a la que ha dado lugar ha surgido más por los obsesivos análisis posteriores de los lectores que como la verdadera intención del autor.
Sea como fuere, es agradable disfrutar de una novela ligera, plana en su argumento, pero que va dejando un regusto conforme se avanza en ella que hace que uno, en la medida que esté dispuesto a sumergirse y a ponerse en la piel de cada uno de sus personajes, pueda ponerse en situaciones que rayan el más puro existencialismo.
Siempre tiendo a pensar que las grandes obras de la literatura están sobrevaloradas. También creo que cuando fue escrita, en ningún momento se pensó la repercusión posterior que podría tener. En principio, casi podría cometer la herejía de incluir esta historia en ese tipo de lecturas que nombraba no hace mucho y que decía que eran de digestión rápida. Sin embargo, aquí sigo todavía con partes de ella en el paladar, rumiándola, y esa metáfora creo que es lo mejor que puedo utilizar para expresar mi experiencia con este clásico de entre los clásicos.
Nada más por hoy.
¡Nos vemos las caras por icaro_jon!