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Mi ausencia prolongada por el blog dice mucho de mi situación emocional. No hay mejor índice para medir mi satisfacción personal que mi actividad por estos lares, que no es más que la extensión de mis latidos. Cuando no tengo tiempo para dedicarle unos minutos, mal asunto. Pero tranquilos.

Si algo me ha venido como un bálsamo ha sido un viaje a Granada para celebrar mi cumpleaños. No es es que sea yo muy de viajar, pero reconozco que hay magia en esos territorios. Así que, permitidme que ponga el blog por un día en modo «escritores viajeros», porque me apetece compartir aquí esta pequeña aventura.

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Para mí Granada es única y varias ciudades a la vez. Tiene mucho de mi cercana Orihuela, la ciudad de las mil iglesias; por un momento parecía estar pasando por Maissonave en Alicante, y también me trajo el aroma de Valencia. Eso en cuanto a su centro urbano, amén de la catedral que, aunque robusta e impresionante, queda algo por detrás de las de otras grandes ciudades, y quizás también algo por debajo de la importancia de los Reyes Católicos.

 

Pero como biólogo, pienso que todo mejora cuando se pinta de verde. Especial mención al Carmen de los Mártires. El esplendoroso jardín junto al palacete árabe son señales del embrujo al que uno acaba sometiéndose cuando se visita esta ciudad, y es que es la magia de Al-Ándalus lo que envuelve de misterio el ambiente y hace que parezca que uno se encuentre en otra parte del mundo, en otra cultura fuera de España.

 

Y en ese sentido,  ¿qué decir de la Alhambra? Reconozco que siempre soy cauto ante las grandes expectativas, y que tengo un fallo en la cabeza que me hace dudar de aquello que las masas adoran y acabo restándole importancia. Siempre trato de admirar desde dentro intentando evitar la influencia desde fuera. Pero en este caso… En este caso es imposible. La Alhambra es majestuosa, tanto por la belleza de los acabados de sus palacios (el peor pecado capital de la Iglesia es haber intentado que viéramos a los musulmanes como unos salvajes), como por esa magia inherente que hace que parezca que algo con vida te vigila cuando caminas por el Paseo de los Tristes. Creo que poco más se puede decir al respecto. Algo que te hace sentir de manera diferente una vez has caminado por su interior es algo más que una construcción.

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Pero no es mi intención reflejar aquí lo que ya por todos es sabido, no voy a mencionar la majestuosidad del Albaicín o Sierra Nevada, ni de las míticas tapas. Bueno, de las tapas sí voy a hablar, pero orientado a mi aspecto más animal. Quiero dejar sellados en estas palabras mis aplausos a Granada como ciudad vegan-friendly.

Magnífica la variedad de locales con opciones veganas, y más memorable aún esa adaptación del tapeo al veganismo, la forma en la que algo tan tradicional se sabe transformar para adecuarse a una tendencia tan moderna, ofreciendo tapas veganas en muchos locales. Por no hablar de la comida de Medio Oriente, que siempre ha ofrecido muchas opciones (y muy sabrosas) no por moda, sino por cultura. La cocina siria e india han salvado mis papilas gustativas desde que soy vegano, y tras mi paso por Granada he de añadir la gastronomía marroquí a estas preferencias.

En mi caso, nuestra ruta gastronómica nos llevó primero por Wild Food, un restaurante vegano vanguardista, algo caro en general, aunque económico en términos veganos (nunca entenderé que este tipo de comida sea generalmente más cara, aprovechando el tirón de la moda para enriquecerse en lugar de promover la facilitación que ayudaría a promover el respeto a los animales). Exquisito el gazpacho de fresa, aunque con fallas de potencia en la veganesa. Los segundos, calabacín relleno de tofu y albóndigas de quinoa, originales y aceptables sin más. La tarta, sabrosísima, aunque, como en este tipo de postres, algo seca.

También comimos en el restaurante sirio Palmira, la mejor opción calidad-precio. Ya me lo había recomendado mi hermana y por 8 euros te ponen nada más y nada menos que tres platos. Nos decantamos por humus, tabulé, sopa marroquí, falafel y cuscús. Todo muy bueno, a destacar la textura crujiente de las albóndigas de garbanzo y el tabulé, muy equilibrado y gustoso.

Tampoco nos fuimos sin pasar por uno de los tantos bares de tapas que ofrecían opciones veganas y además, sin premeditación, entramos a un local que nos atrajo simplemente por su nombre: 7 gatos. Ya me conocéis. Disponían de arroz Thai y hamburguesas veganas, aunque las prisas nos hicieron decidirnos por unos rollos de verdura (muy ricos, con protagonismo de sus setas) y una tapa que era una especie de rollitos en tempura rellenos de verdura (perdonad mi ignorancia gastronómica) que nos sorprendió por su efectividad.

 

Pero ya que hablo de gatos, no podía dejar de comentar lo que verdaderamente me ha llevado a plasmar esta entrada en el blog, además de las ganas que tenía de compartir este viaje. Los que me conocéis ya sabéis que siempre empiezo hablando de un tema en concreto y después me voy por las ramas, y viceversa. En este caso, toca el viceversa. No podría publicar esto si no acabara hablando de gatos, y más en concreto de cómo estos han afectado en mi decisión de redactar esta entrada.

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¡Que viva la colonia de gatos de la Alhambra, sus cuidadores y las instituciones que los mantienen! No ocurre así en todos los lugares públicos, menos aún cuando son tan importantes, donde los felinos no son nada bien recibidos (¿alguien sabe qué ha pasado con los gatos del Palmeral de Alicante?). Además de la preciosa estampa que componen, su presencia en un entorno tan histórico ha resonado en mi interior devolviéndome las ganas de seguir con el proyecto que llevo entre manos: Cats & Books.

Con Gàta empecé esta serie de novelas cortas en las que pretendo contar historias en distintas épocas donde los gatos tengan un papel fundamental. Con Gàta empezaba una nueva ilusión, porque además de la literatura, quería que sirviese para fines animalistas. Pero las tareas, esas que han devorado mi tiempo y me han alejado de este blog, han hecho que los meses hayan pasado con esta iniciativa que tanta ilusión me hacía en un abandono casi absoluto. Los que os habéis hecho con la novela, a pesar de que no haya estado a su altura y casi no os haya contado cosas de ella, que sepáis que me habéis estado dando la vida en esta especie de letargo o muerte literaria. Os lo prometo.

Pero tras este viaje, esa pasión ha vuelto a renacer. Tengo muchas ganas de seguir con este proyecto, y además de seguir escribiendo, ya tengo varias actividades anotadas. En concreto, una de ellas tendrá que ver con la Alhambra y con gatos. Por supuesto. Necesito ponerle letras a esa magia que se me ha quedado pegada en la piel. Estoy pensando en un reto, no sé si demasiado irrealizable, que os mostraré en unos días, así que estad atentos por el blog o por Instagram (que, por cierto, en cuanto consiga vencer la timidez iré subiendo algún que otro vídeo corto).

Y acabo haciendo mención al título de la entrada: resurrección en Granada. Algo ha vuelto a renacer en mi corazón. Perdón por mi ausencia estos días. Pero que sepáis que vuelvo con las mismas ganas de siempre: todas. Pero con más tiempo, que es lo importante.

Nada más por hoy. ¡Nos vemos las instacaras en @icaro_jon!